LÁZARO VALDÉS - DE TAL PALO TAL VALDÉS

En el año 2004, y bajo el mismo sello que grabó a su banda timbera en los 90s, Lazarito Valdés lanza un trabajo musical alucinante, sin sus alucinantes coros timberos, pero con la timba transformada en Latin Jazz. Lázaro Moisés Valdés Rodríguez, Lazarito Valdés, nació para la música, no se le ocurrió hacer otra cosa desde que tuvo uso de razón, seguir con la tradición, dejarse llevar por lo que dictaban sus genes, lo que le heredó a su padre Lázaro Valdés, pianista del Benny Moré, y lo que heredó también de su abuelo y de su tío abuelo el gran Vicentico Valdés.

MI ÁRBOL

Este árbol no tiene sombra, no da sombra digo, bueno a escala humana, deben existir varias hormigas y cientos de organismos microscópicos felices y agradecidos haciendo su vida debajo de sus hojas minúsculas, porque todo en mi árbol es minúsculo, su pedacito de tierra, el reino donde extiende sus raíces, su raíces pequeñas que absorben las pocas gotas de agua que necesita para alimentar su existencia.

Mi bonsái de clorofila excitada en las mañanas, a pesar de su escasa estatura se eleva al cielo como un flamboyán florido, sus ramas, sus hojas, buscan las alturas, buscan el sol que las alimenta y les da la vida. Su madera fina no es estaca de guayacán, pero tiene la fortaleza para sostener mis sueños que sobre sus ramas se posan.
Árbol de numerables y contables hojas, cada una de ellas te hace falta, no puedes derrocharlas dejándolas caer como hacen tus hermanos mayores, como hacemos nosotros con los días del año, cada hoja para mi árbol es tan vital como cada uno de mis días, pero quizás El tenga más conciencia que yo de eso, de la importancia de cada hora en mi calendario.

Aquí en su pequeño mundo pasa horas felices sin echar hondas raíces, su tronco verde y negro sostiene su pequeña humanidad, nadie rayará corazones en El, nadie escribirá promesas de amor, mejor así, los amores eternos duran hasta que se acaban, y no quiero en mi árbol promesas vanas.

CALI DE VIERNES SANTO

Las primeras horas del Viernes Santo deben ser las más santas y las más calladas de mi Cali en todo el año, la bruma de la rumba llena de golpes de clave, de puños, bofetones, palos, no se siente en la calle ni en la esquina, los bares, grilles, salsotecas y estancos se encuentran cerrados en toda la ciudad como si se hubiere ordenado un toque de queda; el apego espiritual, o más bien el respeto, o más bien la inercia de la costumbre heredada del viejo mundo, hace que ni siquiera sean tentados mis vecinos a armar rumba, no se escucha la melodía saliendo de los antejardines, ni los parceros hacen sus viciosas reuniones de esquina mezcladas con bareta y música, en fin, la ciudad se encuentra en un estado comatoso, que solo se logra hoy en esta madrugada de Viernes Santo. Ni yo me atrevo en la soledad de mi alcoba a encender la radio, ni a colocar el vinilo a rodar.

Pienso que es en este día que apenas nace cuando el Altísimo por fin logra escuchar nuestra plegaría y nuestros más íntimos deseos, callado el barullo del pecado original, y con un silencio que ocupa todos los espacios, la oreja divina del Elegido por fin puede oír nuestro verbo pagano. El “con una palabra tuya bastará para sanarme” suena como un trompeta timbera a los oídos del Señor, quien admirado por nuestra devoción y por el silencio casi vaticano de nuestra ciudad no tendrá más remedio que atender nuestra piadosa súplica.


Solo una turba inocua de evangélicos interrumpe a pocas cuadras de mi casa este silencio que limpia el espíritu y nos purga auditivamente para las futuras audiciones salseras que nos esperan; se enturbian las calladas calles de mi barrio con cánticos musicalizados y arengas bíblicas, sin saber que lo que quiere mi Dios y el de ellos, es el silencio absoluto para poder por fin escucharnos. Blasfemos.