GUAGUANCÓ DE LOS VIOLENTOS


Cali es una ciudad violenta. El uniforme de la selección que todos nos ponemos para ver los partidos, sinónimo de fraternidad, amor patrio y apoyo sincero a nuestro equipo, de nada sirve a la hora de la celebración, una vez terminado el partido la horda de hinchas con sus camisetas tricolor se precipitan a las calles, como si fueran la versión criolla de los zombies de "The Walking Dead", confundiendo la alegría de la celebración con la violencia fría y directa sobre todos los que tengan la mala hora de atravesarse en la caravana sedienta de puño, bofetón y palo. 

Y ya no es solo el abuso de la harina y la espuma, es la destrucción de los bienes privados y públicos, tratar de voltear al carro que pasa, tumbar al de la moto que no quiere unirse, saquear al vehículo que se detuvo, hacer tiros al aire, la bala perdida que dejará perdida una vida. Que nadie ose protestar o exigir un comportamiento cívico, irá a parar a las estadísticas de heridos y caídos fatalmente por la celebración. 
Es la violencia que se manifiesta cada vez que hay partido en el pascual, no importa quien juegue, si la fatalidad del destino te lleva a parar en los semáforos cercanos al estadio hay que pagar peaje para seguir, ya que los hinchas que se acercan a la ventana del carro no lo hacen con la disposición del que pide una ayuda humanitaria, no, es el temerario encuentro con una pesca milagrosa, y el impuesto a la agresividad hay que pagar, nunca me he atrevido a comprobar que pasa si no les doy dinero.
Es la violencia ya cotidiana. Quien es capaz de cometer el acto suicida de decirle a un taxista que está mal parqueado, o la afrenta de cruzar esas fronteras invisibles en los barrios del distrito de Aguablanca o de Siloé, que tantos muertos han causado a jóvenes inocentes; es la violencia diaria de los vehículos polarizados con guardespaldas de los tres poderes nacionales: el empresarial, el gubernamental, y el delincuencial; la violencia de los que nunca aprendieron una frase conciliadora sino la lapidaria “usted no sabe con quien se está metiendo” que se escucha en todos los estratos y en todos los espacios de esta Cali de dos cerros tutelares. 
Y si, las celebraciones del mundial de fútbol son el pretexto ideal para que se exprese esta violencia que como espada de Damocles se posa en nuestra Cali; ese caleño violento aflora como chispa candente y atenta contra el prójimo escudado en el anonimato que ofrece la turba envuelta en harina y espuma, ese caleño que siente como una afrenta las palabras TOLERANCIA y RESPETO, que de manera violenta te hace parte de la celebración y para Él que la invitación a celebrar en paz o la ley seca son un saludo a la bandera. 
Es triste reconocer que las evidencias nos conducen a concluir que somos violentos, y que de nuestro corazón cívico y ciudadano queda muy poco, para la muestra un botón: somos la ciudad de los reductores de velocidad, no es suficiente con la señalización de velocidad mínima, tiene que existir un elemento físico que nos lleve a cumplir el deber ciudadano; y otro botón: las cámaras de fotomultas que nos llevaron a cambiar el acelerador por el freno en los semáforos, las que redujeron de manera importante los accidentes de tránsito, tuvieron una respuesta “inteligente” de nuestra parte, colocar un aviso de advertencia antes de estas, para que nuestro deber ciudadano se restringiera a los escasos segundos que pasamos por las cámaras, luego, apretar el acelerador de la indolencia vial.

Duele y da miedo pensar que son más los violentos en esta Cali inundada de música; de nuestra parte estamos aportando el granito de arena para tener una ciudad pacífica? Pienso que muchos sí, pero también pienso que no es suficiente ya con un granito de arena, se necesita que nuestro aporte sea del tamaño de lo cabeza de Cristo Rey, para que esa cruz elevada en el cerro que nos rodea, vea por fin nuevamente florecer una paz sin fronteras y un civismo contagioso en cada calle y en cada esquina.

2014-JUL-03