CAE AGUA LLUVIA EN MACONDO

Tanta lluvia que ha caído sobre mi Cali, mi Cali que nació para el Sol, para el calor salsero, para el ardiente guaguancó. Mi Cali se ve triste, con un sabor simple, sin el color del Caribe y Pacífico que se juntan en esta esquina del mundo. Esta noche de lluvia, de lluvia espesa, eterna, de susurros que nacen cuando miles de gotas llegan a su destino terrenal, cuando se estrellan en el asfalto, en los techos tristes, tristes como mi corazón, que se llena de nostalgia con los susurros acuáticos; susurros que me evocan a Isabel, el primer disco del lado A de ese macondiano trabajo musical de Rubén Blades del año 1987 llamado “Agua de Luna”, dedicado a Gabriel Garcia Márquez; recuerdo esa foto de Rubén, en la primera gira de la Fania en Colombia en 1,980, en el aeropuerto de Bogotá escogiendo entre sus lecturas de viaje ese fantástico libro de cuentos llamado “Ojos de perro azul”.
Parpadean los cielos confundiendo sombras, y el agua comienza a caer, un presentimiento, un sin nombre envuelve a Isabel”. Así empieza Rubén este mágico disco, mágico como Macondo, mágico arreglo a tres manos: Ricardo Marrero, Mike Viñas y Oscar Hernández. Sin vientos, sin el contundente sonido del trombón, solo el sintetizador misterioso, nostálgico y multicolor de Ricardo Marrero.

Isabel, disco intencional, de un trabajo intencional, para evocarnos un cuento de Gabo, un cuento corto de nombre largo “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”; escrito mágico y profético para estos días nunca pensados pero ya imaginados por Gabo. Algunos apartes de este cuento recién leído bajo esta lluvia que me sigue recordando a Isabel:El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover.”
“Llovió durante todo el lunes, como el domingo. Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón. Al atardecer dijo una voz junto a mi asiento: Es aburridora esta lluvia”.
“Al atardecer del martes el agua apretaba y dolía como una mortaja en el corazón”.
“Nos sentamos en el corredor, pero ya no contemplábamos la lluvia como el primer día. Ya no la sentíamos caer. Ya no veíamos sino el contorno de los árboles en la niebla, en un atardecer triste y desolado que dejaba en los labios el mismo sabor con que se despierta después de haber soñado con una persona desconocida”.
“Estábamos paralizados, narcotizados por la lluvia, entregados al derrumbamiento de la naturaleza en una actitud pacífica y resignada.”
Al medio día del miércoles no había acabado de amanecer. Y antes de las tres de la tarde la noche había entrado de lleno, anticipada y enfermiza, con el mismo lento y monótono y despiadado ritmo de la lluvia en el patio.”.
"Al amanecer del jueves cesaron los olores, se perdió el sentido de las distancias. La noción del tiempo, trastornada desde el día anterior, desapareció por completo. Entonces no hubo jueves. Lo que debía serlo fue una cosa gelatinosa que habría podido apartarse con las manos para asomarse al viernes".